Ya pasaron 13 lunas...
  • Feb, 25/2018


Lo que sigue es el relato de mi estado mental de un día cualquiera del comienzo de mi segundo año de inmigrante. La foto, es de Sofía, la hija de Marta Ram. La dulzura de su expresión lo dice todo. Ver a un niño feliz, nos hace felices.

No es un simple balance, no es este otro mail para descubrir o describir una conducta generalizada a partir de mis vivencias, como el “diario de mi primo” del Dady Brieva. … Y por cierto las eventuales respuestas, señales de vida, críticas constructivas y/o consejos que algún considerado me mande serán bienvenidos y desde ya, no tienen que estar relacionadas con el contenido de éste. (Las críticas de las otras las pueden mandar a lmusa@estudiomusa.com.ar (que si aún existe me olvidé la contraseña) o al mail de mi hija que no le importa un carajo lo que le llegue porque no lo lee).

Sin embargo, fiel a mis convicciones pasajeras, voy a hacer una excepción a la máxima de no generalizar. He advertido que el respeto a las reglas del inmigrante canadiense, (por nombrar de una forma este conglomerado de raíces cortas) es una forma de pisar seguros en terreno adoptado, a falta de una historia que autorice a alguno a hacer, crear o quebrar las convenciones, el lugar común se encuentra en el linchamiento moral al inadaptado que todos podemos compartir. Nunca un personaje que se enamore de un gesto, un olor o la forma de un lunar en una mano será canadiense. Nunca un canadiense sufrirá sin razones.

El 20 cumplo un año. Cebrático[1] o sabático, es increíble lo fácil que uno se acostumbra al medio. Equilibrio y posición de descanso no deja de ser un juego semántico. Y uno al medio, no es más que la mitad de uno. Qué fácil que es confundir perspectiva con contrastes. Habrá crecido la distancia que nos separa, se habrán agrandado algunos recuerdos, pero el camino, no ha variado: sigo intentando que los momentos felices superen las transiciones, sin que las transacciones me erosionen los principios.

Es que después de varios sapos que todos nos comemos cuando hemos vivido cierta cantidad de años, ya no se miden los planes en tiempo, ni se pierde el tiempo con planes. Sin embargo, nunca será mi objetivo comer sapos para seguir en el camino. Dejamos el pelo, dejamos la juventud, dejamos mucho … y también dejamos de adaptarnos a lugares o contextos para seguir en nuestro viaje, o de otro modo, la alternativa nos encuentra, y subiremos la escalera al cielo como Dios manda, o transitaremos la autopista al infierno.

Pues este trazado, sólo será herida absurda si perdemos el tiempo buscándole el propósito. Por más que nos esforcemos, pasado y futuro siempre serán parte de la misma recta, monótona y planchada, indiferentes a nuestras elecciones o al punto que nos encontremos, no importa cuántas curvas hayamos tomado, no importa cuántas encrucijadas creamos que nos vayan a sorprender, seremos nuestro viaje efímero.

Culpas y las vergüenzas no las enderezamos, cambiamos ni compensamos con ningún logro, ni cambiando el contexto, son cicatrices que se irán suavizando. Pero las superamos con mejores momentos. Y por más que nos esforcemos en la selección de logros reales y mejorados según las versiones, los buenos recuerdos y sueños involucran sonrisas y lágrimas.

Recuerdos de amigos, con quienes uno se imagina compartiendo una vez más, aunque la posibilidad de verlos en cualquier momento, en otro momento, o en algún momento, no sea más que una mentirosa sensación. Pero ese amigo a quien no veía nunca, o que cuando lo veía siempre era poco, es más que una idea. Qué importa si lo vi en tres o cuatro ocasiones en los últimos 20 años, o si fueron más, porque con ellos el tiempo es insignificante.

En el sueño que traje el otro día para pasar otro momento feliz y descansar a la vez, mi amigo tenía todavía 20 años. No sé si recordé algún momento que pasé con mi amigo, o si nada más retomé un sueño inconcluso de otros tiempos, pero me quedó la sensación de alegría, sin que recuerde lo que mi amigo hizo o dejó de hacer en su vida. Reviví toda su audacia para enfrentar la vida, nos reímos juntos. Dormí bien escuchándolo decir cosas disparatadas con su presencia de niño rebelde mimado, con sus ganas de vivir conociendo gente, con su amor por las cosas simples.

Hace un año que estoy aquí.

Pensé en contarles muchas verdades, pero sólo les voy a revelar una: siquieren saber de la vida en Canadá, vayan a google o vengan a visitarme.



[1] Ella no luce sus rayas para confundir a los predadores sino para recordarse a sí misma, y al resto del reino, su naturaleza antagónica. Pues a diferencia del gris equino de pelaje uniforme que ganó la paz del establo resignando su autonomía, la gorda y petiza rumiante arriesga su existencia a cada minuto, agachando la cabeza sólo para pastar libremente.

La cebra no se odia a sí misma, pues no ha rechazado su naturaleza como su semejante, reluciendo hipócrita pelaje y bozal. En cambio, prefiere vivir en paz, disfruta pastar rumiando horas a sol y sombra. No se arredra ante las adversidades, y quien se anima a desafiarla sabe que se enfrenta a una batalla mortal, a la arremetida furiosa de una blanca naturaleza, pacífica de espíritu, animada con la fuerza, determinación y coraje de los bríos salvajes que a rayas negras se bifurcan en su pelaje. La cebra no es un animal salvaje, sino quien intente domesticarla. Siempre admiré a la cebra, temible animal fiel a sus convicciones!!!

La civilización doméstica, avasalla, somete, condiciona, nos torna a todos de pelaje gris en mayor o menor medida. Nos hace mediocres, homogéneos, nos crea necesidades para hacernos olvidar nuestras convicciones, nos aleja de la paz de nuestras pasturas. Arremetemos con salvajismo para refrescarnos en espejismos confundiéndolos con oasis en nuestra vida de objetivos inalcanzables, sólo para aumentar nuestra insatisfacción.

En ese contexto el vanidoso corcel se conformará volviendo a la ración que provee el amo, y la cebra, terca, seguirá buscando su oasis de verdes pasturas o morirá el intento.



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