- Jun, 02/2018
...siempre preferí ver cien pájaros volando que tener uno en la mano. Para mi mujer, Francesca, Ortega y Gasset
Las circunstancias de este sábado lo hacen prometedor.
Hacer uso y goce de una familia saludable ya es bueno, y particularmente
resulta una circunstancia especialmente placentera para mí, estar vivo. De
regalo de aniversario, además de los materiales y de rigor (que yo olvidé hacer),
recibí que mi mujer me supla llevando y trayendo a las chicas, lo cual me
permitió poder dedicar un momento a lo que me gusta: vagar y divagar.
Hoy 2 de junio se hizo adulto mi matrimonio y cumple 19
años Francesca, a quien ser la hija de mi amigo ya no la describe tanto (más
allá de ser un hecho probado, notorio e irrelevante) como ser mi ahijada
querida, que al igual que mi matrimonio, y como toda aventura que vale vivirla,
vino al mundo abriéndose paso, y fue haciéndose querer más y más producto de su
personalidad arrolladora e irresistible.
Querer a mi esposa y a mi ahijada, no tiene ningún
mérito, loco habría que estar para conocerlas y no quererlas, pero que ellas te
quieran es como para agrandarse, y hace sentir especial e importante a quien
con los años se le ha engrosado la piel. Pensadoras libres que no negocian los
principios, generosas y piadosas a la hora de juzgar, son pájaros de alto vuelo
que te inspiran a ser mejor. …más allá que siempre preferí ver cien pájaros
volando que tener uno en la mano.
Por ellas, y por los seres queridos, me siento un
hombre como sujeto de y bendecido por sus circunstancias, como alguno ha
afirmado tratándolo de emanciparlo de ellas, aunque la idea resulte más
romántica que lógica por más que lo haya sentenciado con el peso del doble
apellido para resultar más categórico. Particularmente creo que somos
simplemente el conglomerado de nuestras circunstancias. Nunca me convenció
mucho la teoría de un alma que se funda con un cuerpo en determinado momento y
lugar, y/o lo trascienda, aunque tampoco me cabe duda de que uno sobrevive en
los recuerdos de quienes lo aman. Adhiero por tanto a la creencia de Coco,
aunque incorporo a los seres queridos en el círculo de los familiares: morimos
el día que ya nadie nos recuerda.
El hecho de estar en la memoria de nuestros seres queridos
nos hace todo terreno más allá de que en tierra nos convirtamos. El secreto no
está en despreciar esta vida mundana para después reencarnarse, lo cual además supondría
la existencia de un numero finito de almas y varios cuerpos desalmados
deambulando por ahí, ni tampoco en vivir en estado incorporal toda la eternidad
porque ciertamente el tiempo es consecuencia de la materia, es pura circunstancia.
Pues que haya un antes y un después sólo implica que
algo se movió de un punto a otro aunque sea los números del reloj del celular
si no alzamos la cabeza para ver el cielo. Así que dejemos de preocuparnos de
vivir una eternidad pagando nuestros pecados en el calor del infierno u oliendo
su hediondez, porque no vamos a tener ni, nariz, ni cuerpo, ni mucho menos,
tiempo.
Si la vida terrenal es lo que nos permite elegir,
entre el bien o el mal, entre un mal u otro, entre ganarnos el cielo o el
infierno para siempre, es porque simplemente porque hay materia, hay
posibilidad de elección, libre albedrío aunque sea para elegir Pepsi o coca.
Pero si aún tomar helado, ir al cine y sentárse a vagar y divagar todos los
días nos causaría aburrimiento, resultaría brutal que se fuera para siempre,
imaginen el disfrute que tendrían los que se ganaron el cielo cuando no pueden
elegir tirarse un pedo y ni siquiera tienen ojos para contemplar inmóviles la divina
belleza eterna. No imaginen: no existe.
Por eso valoro y privilegio los buenos momentos que he
pasado. Porque son los que quedan y los que nos hacen perdurar. Como les dije
al principio, estar vivo es una circunstancia, porque para mí están más vivos mi
amigo Victor y mi tío Loro que viven en mí, que cualquiera de los anónimos
quien convivo en el tren todos los días. Los recuerdos, aún los inventados en
complicidad una noche de alcohol con mis amigos perduran y se agigantan, y
basta un olor, una palabra, una canción, un deja vu, para estar compartir con
ellos, y basta haber tenido un amigo para saber que es recíproco.
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