- Mar, 17/2019
Una confesión para mis amigos, todos y todas, y especialmente para Martín Garzaron con quien cenamos un par de veces en Victoria los últimos meses.
Estimado amigo,
ayer mi viejo me comentó que tenía que pagar $36,000 para cambiar los discos de
frenos. Más allá de la distorsión de precios que te desbarata la brújula, no
sabía qué expresión poner y me llevó un par de segundos adivinar por el
contexto y la entonación que estaba sumando otro pesar a la enumeración de
calamidades que me confiaba. No es que me resulte indiferente, sino que después
de cinco años viviendo en Vancouver estoy aprendiendo a darle al dinero su
justo valor, y contrariamente a lo que supondrás, no por precisamente por
poseerlo, sino porque el efectivo ha dejado de figurar en el contenido de mis
bolsillos como en el de mi relato.
Cuando en
Argentina me debatía por pagar las cuentas, la expresión “pobre pero feliz” me parecía la reiteración veleidosa de una frase producto
de la mente afiebrada de algún romántico, porque pobre allá puede ser
cualquiera, pero en general es un infeliz que sufre la vejación de no poder
afrontar el pago de necesidades básicas estando bien de la cabeza y trabajando
duramente.
Pero si
bien la pobreza, como toda medición es relativa, estar en el extremo inferior de
la economía en un país de mayores ingresos no necesariamente me conduce a
sufrir, sino que la falta de accesos me ha brindado la oportunidad de tomar
perspectiva, de tomarme un tiempo para pensar, para escuchar, y hasta para
compadecerme de los pobres infelices que se afanan por encontrar la felicidad
en el checkout, que se afanan a sí mismos.
Acostumbraba
a pensar que a medida que uno se pone viejo se va volviendo más conservador, se
va alejando del discurso para la tribuna para centrarse en lo esencial, lo
práctico. No es que haya cambiado de partido, pues sigo jugando el mismo, (mi
partido: individualista, centro-izquierda-derecha-moderado, con posibilidades de
gol en el arco ajeno o propio) pero ya en el segundo tiempo, podría resumir que
lo que ocupa permanentemente mi mente no vale dos mangos, y significa todo: no
quiero terminar mis 90 minutos pidiendo un alargue, o 5 minutos más, sino
pisando la pelota a lo Riquelme.
¿Qué
significa eso? Por naive que suene, quiero ser feliz. Dejando el combo básico
de lado (trabajo para pagar las cuentas, salud mental) para mí implica un poco
de naturaleza, tiempo en familia, un viaje en auto con mi esposa, una mañana a
solas con café y computadora, una cena con un amigo, duchas largas los fines de
semana, lo cual a la vez me asegura salud mental.
Parece
fácil viviendo a la vuelta del río y mirando pinos por la ventana. Pero te
consta amigo mío, que los teléfonos se interponen en la comunicación, que los
amigos son imaginarios (espero que no te importe que en los últimos meses me
haya juntado un par de veces con un amigo de la infancia a cenar), que las
pantallas acercan a los que están lejos pero alejan a los de la casa, y que los
que pasamos una infancia feliz vivimos con el prejuicio de antaño que para
nuestros hijos honrar la vida no es más que una canción (si tuvieron la suerte
de escucharla) pues están sujetos a tantas presiones.
A veces
pienso que la insatisfacción general no es más que el designio de gobernantes
para que la población se limite a cumplir las normas y producir. No sé si viste
el comercial de “preventable injuries”. Te lo ataccho: velo y al tacho! Cuatro
situaciones en las cuales una persona juzga hablándole a la pantalla. En lugar
de intervenir y prevenir y ayudar, simplemente largan una crítica, como si eso
los hiciera mejores, como si fueran moralmente superiores porque no se suben a
un banquito para cambiar un foco, por no exponerse a riesgos. Eso es lo que
aprecio en general, una sociedad de aislados, mediocres y más amargos que un
hincha de Racing, que no corren riesgos de interactuar sin una pantalla de por
medio.
Amigo mío,
como siempre se me hizo largo, pero me hace feliz poder escribirte, ahora me
voy a caminar un rato, aunque corra el riesgo de vivir porque estoy dispuesto a
aceptar la muerte en cualquier momento pero nunca voy simplemente a aceptar
vivir.
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