Una confesión para mis amigos, todos y todas, y especialmente para Martín Garzaron con quien cenamos un par de veces en Victoria los últimos meses.

Estimado amigo, ayer mi viejo me comentó que tenía que pagar $36,000 para cambiar los discos de frenos. Más allá de la distorsión de precios que te desbarata la brújula, no sabía qué expresión poner y me llevó un par de segundos adivinar por el contexto y la entonación que estaba sumando otro pesar a la enumeración de calamidades que me confiaba. No es que me resulte indiferente, sino que después de cinco años viviendo en Vancouver estoy aprendiendo a darle al dinero su justo valor, y contrariamente a lo que supondrás, no por precisamente por poseerlo, sino porque el efectivo ha dejado de figurar en el contenido de mis bolsillos como en el de mi relato.

Cuando en Argentina me debatía por pagar las cuentas, la expresión “pobre pero feliz” me parecía la reiteración veleidosa de una frase producto de la mente afiebrada de algún romántico, porque pobre allá puede ser cualquiera, pero en general es un infeliz que sufre la vejación de no poder afrontar el pago de necesidades básicas estando bien de la cabeza y trabajando duramente.

Pero si bien la pobreza, como toda medición es relativa, estar en el extremo inferior de la economía en un país de mayores ingresos no necesariamente me conduce a sufrir, sino que la falta de accesos me ha brindado la oportunidad de tomar perspectiva, de tomarme un tiempo para pensar, para escuchar, y hasta para compadecerme de los pobres infelices que se afanan por encontrar la felicidad en el checkout, que se afanan a sí mismos.

Acostumbraba a pensar que a medida que uno se pone viejo se va volviendo más conservador, se va alejando del discurso para la tribuna para centrarse en lo esencial, lo práctico. No es que haya cambiado de partido, pues sigo jugando el mismo, (mi partido: individualista, centro-izquierda-derecha-moderado, con posibilidades de gol en el arco ajeno o propio) pero ya en el segundo tiempo, podría resumir que lo que ocupa permanentemente mi mente no vale dos mangos, y significa todo: no quiero terminar mis 90 minutos pidiendo un alargue, o 5 minutos más, sino pisando la pelota a lo Riquelme.

¿Qué significa eso? Por naive que suene, quiero ser feliz. Dejando el combo básico de lado (trabajo para pagar las cuentas, salud mental) para mí implica un poco de naturaleza, tiempo en familia, un viaje en auto con mi esposa, una mañana a solas con café y computadora, una cena con un amigo, duchas largas los fines de semana, lo cual a la vez me asegura salud mental.

Parece fácil viviendo a la vuelta del río y mirando pinos por la ventana. Pero te consta amigo mío, que los teléfonos se interponen en la comunicación, que los amigos son imaginarios (espero que no te importe que en los últimos meses me haya juntado un par de veces con un amigo de la infancia a cenar), que las pantallas acercan a los que están lejos pero alejan a los de la casa, y que los que pasamos una infancia feliz vivimos con el prejuicio de antaño que para nuestros hijos honrar la vida no es más que una canción (si tuvieron la suerte de escucharla) pues están sujetos a tantas presiones.

A veces pienso que la insatisfacción general no es más que el designio de gobernantes para que la población se limite a cumplir las normas y producir. No sé si viste el comercial de “preventable injuries”. Te lo ataccho: velo y al tacho! Cuatro situaciones en las cuales una persona juzga hablándole a la pantalla. En lugar de intervenir y prevenir y ayudar, simplemente largan una crítica, como si eso los hiciera mejores, como si fueran moralmente superiores porque no se suben a un banquito para cambiar un foco, por no exponerse a riesgos. Eso es lo que aprecio en general, una sociedad de aislados, mediocres y más amargos que un hincha de Racing, que no corren riesgos de interactuar sin una pantalla de por medio.

Amigo mío, como siempre se me hizo largo, pero me hace feliz poder escribirte, ahora me voy a caminar un rato, aunque corra el riesgo de vivir porque estoy dispuesto a aceptar la muerte en cualquier momento pero nunca voy simplemente a aceptar vivir.



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