Así me ví, así me sentí, así lo soñé....hace un par de años. Se trata de una discriminación que no se puede condenar. Cuando te escuchan con la cara pero no con los oídos. Tenés voz pero no voto. Te juzgan antes de que empieces a hablar.

Hacía tres minutos había gritado el buchón, pero todavía en mi cabeza resonaba el eco del tirano de la mesa de luz. Si bien creía en las excusas que seguía repasando mientras respiraba profundo tratando de descansar a full en los minutos de descuento, me levanté en piloto automático. Amargado por la falta de dignidad y convicción en el merecimiento de unas horas extras de recuperación, amargado porque era lunes, pero fundamentalmente amargado por haber dilapidado horas de descanso en un sueño devastador.

Estaba en compañía de un amigo alemán, y quizás por eso creo que el zoológico del sueño se situaba en Berlín. Podría ser, justamente es una de las ciudades europeas que conozco personalmente, las otras, a través de libros, si es que no las he visitado en sueños, o previsto soñar en el futuro. Es que ya he decidido que no tengo tiempo, ni ganas de andar visitando todas las ciudades de Europa, ni mucho menos los euros. Pero como precisamente al zoológico no fui, éste, donde estuviere, lo tuve que soñar.

Y si no les contaba de antemano que era un zoológico, Uds. también se hubieran sorprendido, y hubieran quedado con ese gusto amargo que deja la angustia, más amargo y angustiante cuando uno toma conciencia de ser el autor de ese final no anunciado al ingenuo protagonista del sueño.

Como siempre pasa, no recuerdo muchas cosas, entre ellas el principio. Recuerdo las imágenes. Recuerdo la angustia que me duró todo el día.

Yo era parte de un grupo en teoría heterogéneo, paseaba con mi amigo Lars y con unos canadienses también, tres hombres y tres mujeres, grupo en el cual incluso había una pareja de diferente sexo. Era un día soleado y un ambiente de corrección, todos simpáticos cargando su respectiva botella de agua mineral, todos flacos, con excepción del suscripto.

El parque se asemejaba al Temaiken, en el cual flora, espectadores y fauna convivían casi sin vallados. Sin embargo, algunas edificaciones resultaban bien diferenciables, entre ellas un puesto sanitario, que además de los baños mixtos con cambiadores, ofrecía en el interior un variado stock de recuerdos, y formas de realizar donaciones, y en el exterior un palenque de caucho en el cual las parejas que formaban el grupo habían oportunamente ataviado a sus hijos naturales y adoptivos con cuerdas retraíbles para evitar que se dañen a sí mismos o que molesten a otros niños.

Las bicicletas, por cierto, no era obligatorio dejarlas atadas, y quien lo hacía recibía las mismas miradas de desaprobación que aquellos turistas que decidían llevar a sus hijos en el recorrido, arriesgando la paz de animales y personas.

La otra edificación que se veía, y que no estaba precisamente dentro de los límites del parque sino en un terreno adyacente, era un restaurant parrilla atendido por su dueño, un personaje a quien la remera de la selección argentina apenas le tapaba el obligo debido a los excesos gastronómicos.

Demás está decir que mi sueño no explicaba cómo el gordo había obtenido la correspondiente licencia, pero ciertamente se trataba de una actividad legítima puesto que en el zoológico había flechas indicativas marcando el recorrido a ese reducto tercermundista como si se tratara de una curiosidad más en un pabellón que mostrara los inicios de la civilización.

Si bien el gordo que rondaba los 60 hacía 30 años que había emigrado de Argentina, había perfeccionado cada rasgo de su personalidad para que nadie dudara de su argentinidad, sobretodo él mismo: religiosamente empezaba la mañana con unos amargos, tipo 11 se comía una Rodesia y/o unos alfajorcitos de maicena, y a la una las opciones eran carne con ensalada o milanesa con papas fritas, con un tinto en jarra, y fresco y batata para finalizar. El dulce de leche lo comía a cucharaditas durante todo el día.

Hablaba de fútbol con conocimiento de los nombres de los jugadores que podían ser sus nietos, y de los resultados hasta de la primera B, y hasta de la C, y contaba anécdotas de la hinchada que nadie se animaba a discutir aunque el tablón bien podía ser la Tablet que todo el mundo sabía que escondía atrás del mostrador.

No sólo el gordo, sino todos los argentinos que venían a darse una inofensiva zambullida en la nostalgia, convenían y se jactaban de que el gordo tenía el secreto para hacer los mejores asados aunque no profundizaban respecto de la razón, si era porque usaba leña, o una receta especial en los chorizos.

También el gordo se jactaba de la viveza criolla comentando que había puesto un stand para vender naranjas y bananas en la parte de atrás que daba al zoológico para aprovechar la clientela vegetariana, y tras apoyarte la mano en el hombro y con una guiñadita te confesaba otro secreto a voces: la fruta que no vendía tras una semana, la ofrecía en el stand en la esquina del predio al doble de precio publicitando su origen orgánico, para lo cual había contratado el hijo de un amigo peruano en quien los rastros del acné le habían dado la apariencia de descendiente directo del pueblo originario de Chilikawa.

Aunque no lo crean ese fue todo mi sueño, que creo que me ocupó toda la noche. Esta no es una historia con final, feliz o triste. Eso fue todo.

Pero me afectó más que mis encuentros con los espíritus que se los contaré en otro momento.

La sensación de amargura que te queda cuando una vez consiente te das cuenta de lo que verdaderamente pasa en tu subconsciente. Como todo sueño, vino desordenado, y me desperté cuando vi las flechas del recorrido, cuando me día cuenta que la sociedad donde vivís te mira como una animal o al menos una atracción turística, peor aún, era la única jaula identificada, los animales eran parte de la sociedad. Obviamente no es así, pero… así lo soñé.

Peor aún, conozco al personaje que me inspiró la historia del gordo, y podría adivinar que no vino huyendo de la dictadura, sino de la continua crisis. Podría adivinar que en Argentina era flaco, y no tenía problemas de colesterol, pero que la gordura no es nada comparado con el stress que lo afectaba Lo escucho hablar aquí de los canadienses y de revolución, y veo la impostada admiración de algunos que no le hubieran dado ni la hora en Argentina. Y me veo a mí mismo, con mis prejuicios y con mis barreras para integrarme, como si para ello tuviera que comprometer valores o principios.

Y sigo…pensando… a veces me amargo… a veces tengo ganas de hacer algo por todos nosotros…los parias.



COMENTARIOS

Adriana :
.........y veo la impostada admiración de algunos que no le hubieran dado ni la hora en Argentina.....

11/06/2018 15:01
Andrea:
Con respecto a la última frase... Uno no puede hacer por otro, lo que el otro no está interesado en hacer por él mismo ... el cambio debe empezar por uno y de esa forma la ayuda de otro es más efectiva... si el otro no está interesado en cambiar nada... todo el esfuerzo es en vano... es frustrante, y una absoluta pérdida de tiempo...
30/03/2018 22:55

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