- Mar, 30/2018
Así me ví, así me sentí, así lo soñé....hace un par de años. Se trata de una discriminación que no se puede condenar. Cuando te escuchan con la cara pero no con los oídos. Tenés voz pero no voto. Te juzgan antes de que empieces a hablar.
Hacía tres minutos
había gritado el buchón, pero todavía en mi cabeza resonaba el eco del tirano
de la mesa de luz. Si bien creía en las excusas que seguía repasando mientras
respiraba profundo tratando de descansar a full en los minutos de descuento, me
levanté en piloto automático. Amargado por la falta de dignidad y convicción en
el merecimiento de unas horas extras de recuperación, amargado porque era
lunes, pero fundamentalmente amargado por haber dilapidado horas de descanso en
un sueño devastador.
Estaba en compañía
de un amigo alemán, y quizás por eso creo que el zoológico del sueño se situaba
en Berlín. Podría ser, justamente es una de las ciudades europeas que conozco
personalmente, las otras, a través de libros, si es que no las he visitado en
sueños, o previsto soñar en el futuro. Es que ya he decidido que no tengo
tiempo, ni ganas de andar visitando todas las ciudades de Europa, ni mucho
menos los euros. Pero como precisamente al zoológico no fui, éste, donde
estuviere, lo tuve que soñar.
Y si no les
contaba de antemano que era un zoológico, Uds. también se hubieran sorprendido,
y hubieran quedado con ese gusto amargo que deja la angustia, más amargo y
angustiante cuando uno toma conciencia de ser el autor de ese final no
anunciado al ingenuo protagonista del sueño.
Como siempre pasa,
no recuerdo muchas cosas, entre ellas el principio. Recuerdo las imágenes.
Recuerdo la angustia que me duró todo el día.
Yo era parte de un
grupo en teoría heterogéneo, paseaba con mi amigo Lars y con unos canadienses
también, tres hombres y tres mujeres, grupo en el cual incluso había una pareja
de diferente sexo. Era un día soleado y un ambiente de corrección, todos
simpáticos cargando su respectiva botella de agua mineral, todos flacos, con
excepción del suscripto.
El parque se
asemejaba al Temaiken, en el cual flora, espectadores y fauna convivían casi
sin vallados. Sin embargo, algunas edificaciones resultaban bien
diferenciables, entre ellas un puesto sanitario, que además de los baños mixtos
con cambiadores, ofrecía en el interior un variado stock de recuerdos, y formas
de realizar donaciones, y en el exterior un palenque de caucho en el cual las
parejas que formaban el grupo habían oportunamente ataviado a sus hijos
naturales y adoptivos con cuerdas retraíbles para evitar que se dañen a sí
mismos o que molesten a otros niños.
Las bicicletas,
por cierto, no era obligatorio dejarlas atadas, y quien lo hacía recibía las
mismas miradas de desaprobación que aquellos turistas que decidían llevar a sus
hijos en el recorrido, arriesgando la paz de animales y personas.
La otra
edificación que se veía, y que no estaba precisamente dentro de los límites del
parque sino en un terreno adyacente, era un restaurant parrilla atendido por su
dueño, un personaje a quien la remera de la selección argentina apenas le
tapaba el obligo debido a los excesos gastronómicos.
Demás está decir
que mi sueño no explicaba cómo el gordo había obtenido la correspondiente
licencia, pero ciertamente se trataba de una actividad legítima puesto que en
el zoológico había flechas indicativas marcando el recorrido a ese reducto
tercermundista como si se tratara de una curiosidad más en un pabellón que
mostrara los inicios de la civilización.
Si bien el gordo
que rondaba los 60 hacía 30 años que había emigrado de Argentina, había
perfeccionado cada rasgo de su personalidad para que nadie dudara de su
argentinidad, sobretodo él mismo: religiosamente empezaba la mañana con unos
amargos, tipo 11 se comía una Rodesia y/o unos alfajorcitos de maicena, y a la
una las opciones eran carne con ensalada o milanesa con papas fritas, con un
tinto en jarra, y fresco y batata para finalizar. El dulce de leche lo comía a
cucharaditas durante todo el día.
Hablaba de fútbol
con conocimiento de los nombres de los jugadores que podían ser sus nietos, y
de los resultados hasta de la primera B, y hasta de la C, y contaba anécdotas
de la hinchada que nadie se animaba a discutir aunque el tablón bien podía ser
la Tablet que todo el mundo sabía que escondía atrás del mostrador.
No sólo el gordo,
sino todos los argentinos que venían a darse una inofensiva zambullida en la
nostalgia, convenían y se jactaban de que el gordo tenía el secreto para hacer
los mejores asados aunque no profundizaban respecto de la razón, si era porque
usaba leña, o una receta especial en los chorizos.
También el gordo
se jactaba de la viveza criolla comentando que había puesto un stand para
vender naranjas y bananas en la parte de atrás que daba al zoológico para
aprovechar la clientela vegetariana, y tras apoyarte la mano en el hombro y con
una guiñadita te confesaba otro secreto a voces: la fruta que no vendía tras
una semana, la ofrecía en el stand en la esquina del predio al doble de precio
publicitando su origen orgánico, para lo cual había contratado el hijo de un
amigo peruano en quien los rastros del acné le habían dado la apariencia de
descendiente directo del pueblo originario de Chilikawa.
Aunque no lo crean
ese fue todo mi sueño, que creo que me ocupó toda la noche. Esta no es una
historia con final, feliz o triste. Eso fue todo.
Pero me afectó más
que mis encuentros con los espíritus que se los contaré en otro momento.
La sensación de
amargura que te queda cuando una vez consiente te das cuenta de lo que
verdaderamente pasa en tu subconsciente. Como todo sueño, vino desordenado, y
me desperté cuando vi las flechas del recorrido, cuando me día cuenta que la
sociedad donde vivís te mira como una animal o al menos una atracción
turística, peor aún, era la única jaula identificada, los animales eran parte
de la sociedad. Obviamente no es así, pero… así lo soñé.
Peor aún, conozco
al personaje que me inspiró la historia del gordo, y podría adivinar que no
vino huyendo de la dictadura, sino de la continua crisis. Podría adivinar que
en Argentina era flaco, y no tenía problemas de colesterol, pero que la gordura
no es nada comparado con el stress que lo afectaba Lo escucho hablar aquí de
los canadienses y de revolución, y veo la impostada admiración de algunos que
no le hubieran dado ni la hora en Argentina. Y me veo a mí mismo, con mis
prejuicios y con mis barreras para integrarme, como si para ello tuviera que
comprometer valores o principios.
Y sigo…pensando… a
veces me amargo… a veces tengo ganas de hacer algo por todos nosotros…los parias.
COMENTARIOS
.........y veo la impostada admiración de algunos que no le hubieran dado ni la hora en Argentina.....
11/06/2018 15:01
Con respecto a la última frase... Uno no puede hacer por otro, lo que el otro no está interesado en hacer por él mismo ... el cambio debe empezar por uno y de esa forma la ayuda de otro es más efectiva... si el otro no está interesado en cambiar nada... todo el esfuerzo es en vano... es frustrante, y una absoluta pérdida de tiempo...
30/03/2018 22:55
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