–Por suerte solo llego a morder su cachete.
Dijo uno de los oficiales a su superior.
Crunch! –Arenosa. Ptu!
Crunch! –Muy dura. Ptu!
Cjjjjjrunch! –Terriblemente transgénica. Ptu!
Escupió Ana.
Muy cierto es que si de manzanas se trata hay una persona que lo sabe todo. Su nombre es Ana, Ana Mans y su amor por las manzanas comienza desde una edad muy temprana.
Con su oscuro pelo enrulado y sus mílo-morficas mejillas, Ana siempre fue de personalidad híperquinetica. A modo de descanso sus padres decidieron enviarla al campo de su tío Luis ese caluroso verano de 1972. Allí con sus 10 años de edad ella encontraría la posibilidad de correr sin límite, trepar todos los arboles y bañarse en el cristalino río. La decisión fue tomada por el señor Mans y Ana partió de inmediato.
Sin problema alguno Ana disfruto su estadía desde el primer día, el río era un espejo de contento y el campo un reflejo de su mente tranquila en libertad. Junto a Eco y Lince dos labradores de marrón pelaje, corrían y se perdían entre las plantaciones.
No fue un día de mal clima en que Ana estaba acostada, sintiendo la caricia dorada del sol en una colina, cerca de un gran manzano. Una sombra tapó la luz en su rostro y al abrir los ojos el cielo mismo se había personificado. Su pelo casi blanco y sus claros ojos eran mejor imagen que el cielo mismo. Isaac también adoraba el recuerdo a tierra que Ana le producía y así el cielo y la tierra se enredaron. Juntos solían pasar su tiempo a escondidas en las noches prendiendo fogatas y contando historias.
Ana nunca tuvo mucha química con sus pares masculinos, el asunto con Isaac venia por una corriente más física.
El verano pasó rápido y su fin estaba próximo. Ana estaba atada a volver a la ciudad.
Isaac le pidió que lo encontrara bajo el manzano para hablar. Una vez allí Isaac le explico que si ella se iba el no la esperaría, y el corazón de Ana, una pequeña manzanita, se dividió en dos como atravesada por un cuchillo al saber que esto era así.
Ana apoyo su rostro sobre la corteza del manzano, que con una caricia de madera absorbió la lagrima que soltó.
Ana escuchó un golpe.
De la cabeza de Isaac a sus manos fue a parar la manzana que del árbol cayó.
Isaac permaneció mudo un instante y soltó un pequeño llanto infantil. Avergonzado, dio media vuelta y echó a correr escupiendo de sus labios: – ¡Bruja!
Inevitablemente como un reflejo, los labios de Ana se curvaron en dirección al cielo. Estaba sonriendo y se sentía mejor, llevo la manzana a su boca y la mordió.
Tal placer era aquel, que su pequeña manzanita dividida en dos se volvió a unir como si Cupido mismo se hubiese tomado el trabajo de cocerla con ese hilo de sabor.
La hora de volver a la ciudad llego y Ana nunca más supo de Isaac.
Secundaria y universidad más tarde, Ana era licenciada en ciencias químicas.
Ubicado en el barrio de Flores en una pequeña manzana, se erguía orgulloso el regordete edificio con sus cinco pisos. Allí Ana residía. Se mantenía con vigor a pesar de sus años. Con su estética de la no estética.
Por dentro unas escaleras en caracol recorrían el paisaje de paredes gastadas con manchas de humedad.
Un 22 de agosto el metrónomo de carne de Armando Lagunero (vecino de Ana) se detona como una manzana rellena de explosivos, habilitando así la ocupación del departamento contiguo al de Ana.
No mucho tiempo después Ana siente el movimiento una vez más traspasando sus paredes. Ya tenía un nuevo vecino.
Claro, Ana aun conservaba sus cualidades ansiolíticas e hiperactivas, por lo cual estaba bastante intrigada con su nuevo compañero de piso.
Llego Ana un mal día con sus bolsas llenas de alimento, intentando abrir su puerta, cuando todas las bolsas se dejaron llevar por la gravedad, y escapando de sus zarpas, desparramaron sus contenidos por el piso.
A una puerta de distancia una figura oscura se relamía en la oportunidad.
–Necesitas ayuda. Afirmó la figura de pelo casqueado marrón rojizo y pómulos colorados desde su puerta, comenzando a acercarse lentamente.
Ana inmediatamente sintió el ridículo flechazo de Cupido en su manzana carnosa.
En una movida atrevida el hombre se llevo una de las manzanas del suelo a la boca y la mordió con indiferencia, pero Ana no hizo importancia de esto. La silueta tragó el pedazo y musitó: – Hermes, Hermes Procula es mi nombre. ¿Le gustaría a usted entrar a tomar algo?
Ana apretó los labios y con disgusto hacia sí misma le pidió a Hermes que lo dejase para la noche siguiente, ya que hoy no había sido un buen día y estaba cansada. Juntó sus bolsas y entró en su casa.
Permaneció inmóvil hasta escuchar la puerta de Hermes.
Ana estaba contenta pero también cansada. Dejó las cosas sobre la mesada de la cocina y fue hacia su habitación. Golpeo la cama y se hundió en ella como un trueno en la tierra. Cuando se reincorporó la luz golpeaba sus ojos. Emergió de la cama y realizó todos los preparativos para su día. Al finalizar este, golpeo la puerta de Hermes y él abrió. Ana dio un paso y se perdió en la sombra. La puerta se cerró.
Las sirenas levantaron a los habitantes de toda la manzana.
-Con una sartén. Declaró la joven cuando los oficiales preguntaron.
Tras consolaciones de psiquiatras policíacos y algunos antidepresivos Ana volvió a dormir.
Abajo en la puerta del edificio...
-El sujeto se abalanzó sobre la muchacha según dijo ella. Es ahí cuando ella lo golpea y este pierde la conciencia.
El oficial que escuchaba asentía con la cabeza y anotaba en un pequeño cuaderno.
-¿Qué harán con él ahora?
-Lo cierto es que ese hombre pertenece a una institución psiquiátrica. Solo dios sabe qué quiso decir este hombre con que necesitaba su manzana. Es el que buscábamos, si la mujer no se defendía tendríamos ahora una cuarta víctima en nuestras manos.
-¿Modus operandi? Preguntó el oficial de menor rango
-Elemento cortante al pecho. El hombre tiene una manía con los corazones.
(Disparador: "mis nuevos vecinos guardan un secreto")
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