- Jun, 07/2020
El eco de las cacerolas vacias es la respuesta de un pueblo que no no necesita palabras para hacerse escuchar
A partir de
los 40 me las ingenié para poder acompañar mi decadencia física con un
deterioro mental proporcional por lo que no me puedo quejar de encontrarme
encerrado en un cuerpo que no me permite disfrutar un buen vino, o una película
clase B.
No obstante
noté que caberneteando series mi tiempo se pasaba constante, en una dirección,
implacable mientras mis ideas, también constantes merloteaban sin rumbo, iban y
venían, se anulaban mutuamente. El esperado fin de semana para pensar y
concretar ciertos planes -con cuya imagen me intoxicaba durante la semana
mientras manejaba la vieja camioneta-, se tornaba doloroso los domingos por la
tarde, ansiando que llegue el lunes para dejar de sentir culpa cumpliendo mis
obligaciones.
No había
puesto en regla la contabilidad y documentos de mi proyecto, no había ido al
gimnasio, ni adoptado una dieta sana, no había escrito las cartas que había
postergado mandar porque no tenía el mail actualizado, aunque hacía ya tres
meses lo había conseguido. Gracias a mi elevado grado de pragmatismo y poder de
síntesis abreviaba los plazos cuando, en lugar de contarlos en días y horas,
los reducía a meses… años…. Pero ciertamente, ya no me consuela que, aunque
recién haya iniciado mi sexta década en este mundo y todavía a unos pasos de
empezar la tercera edad, mi vida siga su curso inexorable indiferente a mis
grandes planes, como la tortuga de Esopo a las burlas su ágil competidora.
Con esa
férrea voluntad de satisfacer designios ajenos antes de enfrentarme a mis
propios desafíos, fui modificando el legado para mis hijas dejándole una buena
cantidad de consejos en reemplazo del vil metal, a tal punto de endeudarme para
que cuenten con un mayor bagaje de recursos y excusas a los cuales echar mano
en momentos de zozobra.
Sofía, con
esa irreverente autonomía propia de los adolescentes, y sin seguir mi ejemplo,
en los últimos tres meses ha hecho mas de veinte cuadros, ha ahorrado dinero y
ayer nos comunicó que en septiembre se va a vivir con dos amigas. Le tratamos
de explicar que sobrevivir es muy costoso, pero sin inmutarse nos dijo que no
nos preocupásemos, que tiene suficientes ahorros para seguir manteniéndonos.
¿Qué pasó
de la escorpiana que concebí, con conflictos internos y amores imposibles?
Nunca le pude cortar las alas pero voy a ver si le corto un pelo y le hago un
test de adn y de argentinidad.
Hoy me
comprometí en participar del cacerolazo virtual en agradecimiento del personal
de salud y no puedo fallarles. Si señor, soy argentino pero tengo una deuda con
este país que ha terminado de formar a mis hijas. No puedo salir a golpear una
cacerola cualquiera, sería un insulto a Canadá. La hot pot es media pesada, la
essen también, las demás están archivadas, el megáfono con app con diferentes
ruidos de cacerolas es lo más apropiado, y tengo que ir a comprarlo.
Pero
todavía me queda tiempo de un vaso más. Para añorar mi Argentina. Para recordar
los pucheros y guisos en esas cacerolas que ardían todo el tiempo mientras la
abuela Pita (de mis primos) les iba agregando chorritos de agua. Esas cacerolas
que se fueron quedando vacías tras el paso de malos gobiernos queriendo pagar
la deuda original argentina, que es tan impagable como imperdonable es el
pecado original. Cuando se vayan Sofía e Isabella ya tendré tiempo para las
realizaciones postergadas…
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