- Mar, 18/2018
Hace unos años nunca se me había ocurrido la idea de sentirme joven, nunca había planeado salir a caminar. Si caminaba era porque las circunstancias me obligaban a bajar el ritmo. Como tantos otros talentos, a ser joven uno no aprende de viejo. Fuiste.
Lo que me
gustaba cuando tenía 20 años era oler el aire, moverme sin kilos demás,
disfrutar experiencias que no estuvieran contaminadas por recuerdos. La
agilidad la tenía en el cuerpo, pero sin duda en una mente que no sintetizaba,
en una cabeza que no me permitía darme el lujo de equivocarme sin probar el
gusto amargo. El papelón estaba entre las posibilidades, darme por vencido no
era una opción.
Siempre
busqué que mi vida fuera más ancha que larga pero no calculé el desgaste del
camino.
Hace un año
que no leo. Seguramente mi español está un año más deteriorado, mis
conocimientos son erosionados residuos de algunos momentos de atención en el
colegio secundario y empiezan revelarse alarmantes datos de la niñez de alguna
capa cerebral que ya perdió el orden de prelación. Los buenos momentos están
tan editados de recordarlos tantas veces que ya han perdido autenticidad. Lo
que daría por un nuevo momento en bruto con mis amigos, aunque tenga un pasaje
incómodo, una puteada… ya habrán soledades reparadoras para limar las asperezas
y fotoshop para ubicarlo en el archivo con otros trofeos.
Me duelen
las rodillas. Subo las escaleras inclinado sobre la baranda tratando de
ayudarme con los brazos. Trato de jugar al futbol todas las semanas al menos
dos veces pensando que la vejez es una sensación y sólo consigo vivir dolorido.
Es peor el papelón de tratar de estar en estado que el de la panza.
No me
asusta el futuro, no tengo planes para cuando sea grande. Me tranquiliza que
las chicas estén bien y haber podido disfrutarlas todo este tiempo. Deslumbran
en todas sus actividades. Me tranquiliza que Ellie esté bien y establecida. Hoy
ellas me mantienen a mí. Me asusta no poder vivir a la altura de las
circunstancias. Quiero ser protagonista pero mis aptitudes van en la dirección
contraria al precio que demanda mantenerse en línea.
Uds. son
mis amigos, son testigos de mi existencia. Yo fui y uds. estaban ahí. Y hoy les
escribo con un cartesiano egoísmo (cogito ergo sum). Pienso, escribo, siento,
existo. No soy una planta. Se los digo y me lo repito. Lo necesito. Mañana
estaré aliviado. Y alguno me contestará y me dirá “sí, yo estaba ahí”. Y estaremos juntos. Y seré único porque tengo
amigos, porque tengo historia. Y me tomaré una cervecita y me importará un
carajo la panza o competir con puñeteros veinteañeros.
Les mando
un abrazo
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